Por el Dr. Guillermo T. Tamarit, Rector de la UNNOBA
En la Argentina, como en muchos otros países de la región, la cantidad de padres que optan por instituciones privadas de educación para sus hijos crece en forma sostenida. Aún sectores de bajos recursos, realizan un importante esfuerzo para enviar a sus hijos a instituciones de gestión privada.
Esta tendencia se atribuyó en la década de 1990, a una cuestión “ideológica”, asociada al “eficientismo”, regularidad de la clases y al conjunto de valores de contexto en torno a la ponderación de lo “privado”, menospreciando lo “estatal”.
Sin embargo, en un contexto “ideológico” distinto, la preferencia por instituciones privadas lejos está de detenerse. Inclusive, se ha profundizado.
Si esta situación es preocupante, mucho más lo es la tendencia que asoma en países desarrollados, donde las familias de mayores recursos se organizan para reemplazar lisa y llanamente a las escuelas. Contratan los mejores docentes, desarrollan los programas estatales y los alumnos rinden equivalencias que les permite avanzar en el sistema educativo en forma personalizada, reunidos en casas de familia.
Hoy nos parece una situación muy lejana. Tan lejano como el sistema de educación público argentino que resultaba solo comparable por su calidad y eficacia con los mejores del planeta.
Frente a estas tendencias, debemos enfatizar la necesidad de lograr un sistema de educación público que lidere la formación de nuestros niños y adolescentes.
La escuela resulta irremplazable, pero debe ser previsible, contener, sociabilizar, a la vez de lograr un seguimiento personalizado. Todo esto en el marco del máximo nivel de tecnología y de los mejores docentes.
Existen múltiples debates y propuestas para lograr retomar la centralidad de la escuela pública. Debemos repensar la institución, más allá de toda especulación, en torno a la conveniencia de que nuestros hijos se eduquen en ellas.
¿Qué fue lo que hizo Domingo Faustino Sarmiento para revolucionar la educación de nuestro país? “Simplemente” creó una institución donde se desarrollaba una actividad (la educativa) como no se podía realizar en ningún otro ámbito.
Es imperioso recrear un clima que provoque un cambio en nuestro sistema de educación pública, que combine viejas y exitosas experiencias con demandas de actualidad. Algunas propuestas: la jerarquización edilicia, la infraestructura tecnológica, la capacitación de los docentes que combine la jerarquizaron salarial con concursos públicos abiertos; un sistema de doble escolaridad con extensión de los días de clase y autarquía funcional a los establecimientos para desarrollar una mayor responsabilidad colectiva por parte de los actores sociales.
En su libro La tragedia Educativa, el profesor Guillermo Jaim Etcheverry plantea una situación curiosa: cuando preguntamos a la sociedad argentina por el nivel de la educación en general, la mayoría considera que la misma está cada vez peor. Preguntadas las mismas personas por la educación de sus hijos, responden estar satisfechos. Pareciera que el problema educativo es de “otros”.
Sin embargo cada día vemos como esa visión que distinguía entre las experiencias generales y las particulares se estrecha, lamentablemente, para confirmar que es un problema de “todos”.