Por el doctor Guillermo Tamarit, rector de la UNNOBA
30 de octubre de 1983. Ese día, hace treinta años, los argentinos dejábamos atrás la más sangrienta e inmoral dictadura militar de las muchas que padecimos. La interrupción sistemática de gobiernos civiles, que sufrieran sucesivamente Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Illia e Isabel Perón, ha quedado atrás. Sin embargo la democracia aún tiene deudas importantes con la sociedad.
Resueltas las interrupciones a la democracia por parte de los golpes de estado, el sistema institucional debe perseverar en resolver las cuestiones pendientes, mejorando las prácticas de la política mediante una cada vez mayor participación popular que permita crear cada vez mejores niveles de igualdad económica, política y social.
El presidente Raúl Alfonsín clausuró la etapa de los gobiernos autoritarios que denominó como de “decadencia e inmoralidad” para inaugurar una etapa de construcción colectiva de paz y prosperidad, verdad y unión nacional.
Planteó el sistema democrático no como una competencia bárbara por el voto popular, sino como una forma de vida, una filosofía, que nos debe obligar a trabajar por la dignidad del hombre, al que hay que darle libertad y justicia social.
Las herramientas propuestas fueron la restauración del estado de derecho y la división de poderes, pero también la democracia cotidiana, la de todos los días, de todos los argentinos en la búsqueda de su bienestar.
Y promovió “el pluralismo como la base sobre la que se erige la democracia y significa el reconocimiento del otro, la capacidad para aceptar las diversidades y discrepancias como condición para la existencia de una sociedad libre”.
Vaya un homenaje a todos quienes han contribuido desde todas las ideologías y pensamientos al desarrollo de este proceso, que se inició hace ya treinta años. A la vez, bregamos por redoblar el esfuerzo y persistir en todo lo que queda por hacer.