“No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”, reza un proverbio inglés. Tal es así que si se toman algunos indicadores mundiales se verá que ese pozo llamado planeta Tierra no puede saciar la sed de un mundo cada día más poblado.
Las Naciones Unidas afirman que una de cada tres personas vive en un país con escasez de agua entre moderada y alta, y que es posible que para 2030 la escasez afecte a casi la mitad de la población mundial, ya que la demanda podría superar en un 40 por ciento a la oferta.
Diversos estudios sostienen que a este ritmo serán necesarios 3,5 planetas para cubrir las necesidades de una población mundial con un estilo de vida similar al de Europa o Estados Unidos. Esto conlleva a que la disponibilidad de agua disminuirá en numerosas regiones y que, sin embargo, el consumo mundial de agua para fines agrícolas aumentará un 19% de aquí a 2050.
Desde hace unos diez años se viene trabajando bajo un nuevo concepto denominado “huella hídrica”, una especie de indicador de uso de agua que tiene en cuenta tanto el uso directo como indirecto por parte de un consumidor o productor.
“El concepto viene de un momento en el que se entendió que a partir de la exportación de alimentos se exportaba agua. Pero no sólo la que contenía el alimento sino el agua que había sido utilizada durante todo el proceso de producción de ese alimento”, sintetizó el ingeniero agrónomo Raúl Rosa, profesor de la Universidad Nacional de La Plata y estudioso de esta nueva categoría.
Al explicar que el concepto no sólo estudia la cantidad sino el tipo del agua utilizada, Rosa enumeró tres clases diferentes de huella hídrica: “La verde, que es la cae de la lluvia, queda retenida en el suelo y se va evaporada por las plantas; la huella hídrica azul, que es agua de fuente superficial o subterránea, también transpirada por las plantas pero cuya fuente es otra, como ríos, arroyos o el agua subterránea; y la gris, que es la cantidad de agua que uno tiene que echar al suelo para diluir los contaminantes y que hace referencia al impacto que tiene, por ejemplo, la fertilización en un determinado suelo y en el agua”.
Con esta nueva medida de valor, hoy en día se sabe, por ejemplo, que detrás de un kilo de carne de ternera hay 16 mil litros de agua, que un kilo de arroz equivale a 2.500 litros y que la taza de café del desayuno contiene otros 140 litros de agua.
“Así, la evaluación de la huella hídrica puede ayudar a comprender cómo las actividades y productos se relacionan con la escasez de agua y su contaminación y los impactos asociados; y qué se puede hacer para asegurarse que las actividades y productos no contribuyan a un uso insostenible del agua dulce“, subrayó Rosa, magister en Economía Agroalimentaria.
Buenas prácticas vs. fines comerciales
Con estos indicadores, muchos países adoptaron como política pública la exportación de aquellos productos que más huella hídrica poseen, por lo que la incógnita es si este concepto definirá un nuevo valor económico en los productos que requieren mayor cantidad de agua. Al respecto, Rosa sostiene que “en esto siempre hay dos vertientes: una tiene que ver con prácticas sustentables, que es cuando uno quiere saber cuánta agua utilizó, si la utilizó bien o si la puede utilizar mejor en función de los valores que está obteniendo; y la otra vertiente tiene un fin comercial. Ambas deberían ser congruentes, pero muchas veces no lo son“.
Otro dato relevante que destaca la ONU es que el riego y la producción de alimentos son las actividades que más agua precisan, y que “la agricultura consume casi el 70% del agua, una cantidad que en las economías emergentes alcanza el 90%». En un país agroexportador como la Argentina, el desarrollo y difusión del concepto de huella hídrica resulta fundamental al momento de explicar las transferencias de agua entre países y regiones.
La “balanza hídrica” en el comercio internacional de las tierras argentinas está en rojo: «Vendemos casi 46 mil millones de metros cúbicos de agua en granos e importamos sólo 3.100 millones». Este déficit es uno de los motivos principales que explican la necesidad de entender, difundir y aplicar el concepto de huella hídrica, ya que puede servir para usar de modo sustentable los recursos hídricos y el suelo, a la vez que brinda elementos para un uso más racional del agua y ofrece una idea de las magnitudes de agua que se está manejando en la producción.
Por todo ello, frente un pozo que se seca día tras día, Rosa hace hincapié en la sinergia que debe haber entre el nuevo concepto y las universidades: “Huella hídrica es un concepto importante, y las universidades tienen un rol esencial en la difusión y buena comunicación de la categoría, ayudando a dar información científica acorde a lo que ese instrumento puede llegar a explicar».